La noche que te llamé tres veces.
No parece cierto que en
dos horas vayas a estar subiendo a un avión que te aleje de mi para siempre.
Cierto es que hice todo para que así sucediera, te ofrecí mi ciudad y mi casa,
para después dejarte esperándome hasta tarde mientras yo vivía mi crisis
existencial de no poder ser de nadie, y menos tuyo, en algún bar. Siempre
quiero cosas opuestas, absolutamente destructivas en conjunto, sobre todo para
los demás, para las demás. Esas ellas, esas otras, esas que caen en la infeliz
casilla de querer quererme. Cómo vos, que tenés el pasaporte en una mano y el
final de este tiempo en la otra. Soy tan cobarde que te obligué a definirlo.
Me prendo un cigarro, la
grapa me cayó mal. Estar en ese bar con los 5 amigos que hiciste acá, despidiéndote
como con naturalidad, eso me cayó mal. Rompeme la cara, escupíme, insultame,
humillame delante de todos, de los mozos, de tus cinco amigos extranjeros, de
esos otros desconocidos de las mesas vecinas. Lo que sea, pero no te despidas
así de madura, no te guardes esa angustia para el aeropuerto (al que no voy a
ir), no seas tan víctima, tan civilizada! Por qué no sos una bestia como yo,
que te hice venir hasta acá para probarme que no puedo cuidar de nadie ni de
nada? Algo me empieza a apretar el pecho, no sé si es la humedad de mayo, este
pucho que me estoy fumando casi sin respirar o el tiempo que falta para que ya
no estés nunca más. Ya sé que me espera en casa, recalentar algo para comer,
tragármelo con este dolor en el pecho, revisar el mail, releer lo que me
escribiste hace dos días esperando una reacción humana mía, una reacción de
alguien que te quiso., tener presente que no la tuve, ni la tendré, ni la
queria tener. Encontrarme conmigo y verme, mutilado, incapaz de responder a
algo así.
El dolor en el pecho se
acrecienta. Prendo otro cigarro. Lo que me duele ahora es avanzar a casa, a
encontrarme conmigo. No puedo. No, no puedo.
Estoy aterrorizado de verme, necesito hacer
algo para evitar esa catástrofe.
Hace dos semanas, cuando te estaba aborreciendo
por llamar llorando desconsolada, por pedirme que me pusiera en tu lugar, por
tratar de hacerme sentir culpa sin conseguirlo, hace dos semanas te
conocí. Levantaste un libro de
psicoanálisis de la mesa y miraste la contratapa. Me preguntaste el precio y
nos miramos por primera vez. Te miré la boca, yo ya había visto esa boca. Puedo
no acordarme de tu nombre, del lugar en donde fue, ni de porque motivo nos
cruzamos, pero seguro me acordaré de esa boca, como seguro que registraré ese libro
de psicoanálisis. Empezamos a conversar, ahora también te miro los ojos, el
corte de tu cara. Flaca. Ya no puedo dejar de mirarte. No vas a comprar nada,
vos también estás haciendo tiempo conmigo. Cómo se filtro el cine en este
intento de venta económica del que formamos parte? Te vas, no vas a comprar
nada de lo que se expone en esta mesa. Antes de despedirte me decís que te
gustó conversar conmigo, listo! Compraste si. Te invito al cine, te veo al otro
día y desde entonces, casi todos los días.
Voy a llamarte ahora, que hora és? Es casi
media noche, tarde demás para un jueves lluvioso y húmedo. No quiero parecer un
psicopata, hace dos semanas te conozco y es casi media noche. Pero tenés que
entenderme! No puedo llegar a casa así, no quiero verme! Podrías salvarme hoy,
si estoy contigo conseguiré dormir. Hay una bestia esperándome en casa, tal vez
pueda andar un poco más y esconderme en vos. Voy a llamarte. Suena una vez, dos
veces, tres... Finalmente atendés. Estás sorprendida, me preguntás si pasa algo.
Mi voz evidencia el dolor del pecho,
sabés que algo pasa. Tengo que inventar una excusa, no puedo decirte que
estoy mal herido porque te dirigís ahora mismo al aeropuerto, porque te vas,
porque soy la bestia que me espera en casa.
No puedo decirte que te conocí hace dos semanas y me encantaste, pero que
también te conocí hace dos años y te pedí que te vinieras a vivir conmigo. Te
digo que no pasa nada, que no suelo hacer estas cosas pero que de verdad quiero
verte, que quiero dormir contigo. Me decís que es tarde, me hablás de tu agenda
de mañana, que honestamente me importa un carajo. Decís que antes del mediodía
me llamarás, pero que ahora vas a dormir. Colgás.
Ahora el dolor en el pecho
es casi una puntada, ahora es pánico. Sigo caminando, paso por una estación de
servicio y entro al puesto de ventas para comprar más cigarrillos. Eso y una
lata de refresco, confio en que me ayude a calmarme beber algo. Salgo
nuevamente al frío de la calle. Retomo el camino a casa, abro la lata de
refrescos, le doy dos tragos, se me acelera el pulso. El dolor se transforma en
escalofríos. Tiro la lata llena de refresco. Me tiemblan las manos. Prendo otro
cigarro mientras se disca nuevamente tu número. Atendés con voz preocupada esta
vez, me preguntás que pasa, si estoy bien. Te digo que si, claro! Por qué
estaria mal querer verte? Sólo quiero verte! Soy un idiota. Te quedas callada.
Sos cruel. Que querés que te diga? Que ya deben estar llamando para el embarque
de tu vuelo? Que en el fondo sé que lo que te hice fue una canallada? Que no
puedo pedirte disculpas? Que lo haría nuevamente porque lo necesito? Si, lo
haría nuevamente. Necesitaba que dejaras todo y te vinieras a vivir conmigo,
como ahora necesito que me abras la puerta de tu casa sin preguntarme nada más.
Asei de egoísta soy. Me repetís que necesitás dormir, que mañana tenés varias
atividades. Actúo como si estuviera ofendido y termino con la llamada. Sigo
fumando. Ahora mientras camino superpongo pensamientos, como diapositivas, mezclando
dos imágenes, la imagen tuya de las últimas dos semanas, desnuda eligiendo un
disco para oír en la madrugada, con los pies tíbios, tu abrigo rojo, tus
mensajes que anuncian un invierno prometedor, tu cara de perfil en el cine, la
complicidad imediata que hicimos en ese bar donde sin saber porque te conté de
la muerte de mi padre y vos sentiste entonces que yo te daba algo. Te
sobrepongo en todas tus imágenes recientes a tu cara triste, llena de llanto,
tu pedido oculto de que reaccione, de que entienda que has invertido mucho en esto
y esperás que responda a la altura. Tu
risa en el verano, cuando viajamos juntos, las fotos que nos quedaron de ese
viaje, mi deseo de serte fiel, la felicidade de sentir que te completo, mi
deseo de que sea cierto que estamos los dos bien con esto, mi deseo de que sea
cierto que puedo tener algo así para mi. Todo superpuesto y proyectado en la
calle húmeda. Estamos en mayo, el mejor mes del cine, todo es poesia.
Voy a llegar a casa y a
encontrarme con la bestia. Estoy a minutos de esa escena terrorífica. Por qué
no puedo ir a dormir contigo? Por qué si ya te estás yendo? Llego a la puerta
del edifício, me tiemblan las manos, siento el pecho oprimido. Me siento un
segundo en el escalón de la entrada, ya es media noche, el viento aumenta, ya
tu pasaporte debe haber sido marcado. Miro la luz en la calle. Ya nada me
importa, tengo terror de encontrarme con la bestia que me espera adentro. Tomo
el telefono marco tu número por tercera
vez. Atendés enseguida, parece que estabas esperando que volviera a llamar. Nos vamos conociendo, que horror.
En poco tiempo tendrás un pasaporte en la mano, o los ojos llenos de lágrimas,
o ambas cosas. Te digo, con más
honestidad que las veces anteriores, que no quiero dormir solo, que podría
hacerlo pero prefiero verte. Me decís no muy convencida que bajarás a abrirme
en diez minutos. Prácticamente te agradezco, pero no lo haré, no podes saber
que me estás salvando de la bestia que me espera en casa, no podes saber con
quién dormirás hoy. Llego a la puerta de tu edifício, ya no me tiemblan las
manos, estaré a salvo esta noche al
menos. Es la última llamada a tu vuelo, me
llega como un eco mientras abrís la puerta.
Mayra
Martiarena
(Enero,
2016)
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