lunes, 5 de diciembre de 2016

Seguimos siendo los mismos.

En el último mes recibí noticias tristes de dos amigos. Amigos de hace mucho tiempo, de esos que uno va olvidando en lo cotidiano, pero que siempre tiene presente a nivel biográfico. Esto me llevó a la vez  a contactar con otros amigos con los que me encontraba en el mismo plan, pero con los que aún tenía posibilidades de rescatar algo, al menos un encuentro. Yo soy nostálgica y siempre lo he dicho, no sé dejar ir las cosas sin antes hacer un inventario mental de las mismas y un homenaje amoroso de lo vivido. Soy así. Me ha pasado cada vez que cambié de casa, que me separé de una pareja o que perdí a una persona, fuera cual fuera la razón. Esta no fue la excepción, este mes estuve haciendo inventario mental de la época en la que encontraba mis dos recientes amigos perdidos. Tengo la impresión de que las cosas se me aferran. La noche que supe que Fede había fallecido le escribí a Vero. Con ella estuvimos hablando y llorando on-line, haciendo parte del inventario juntas. Me pregunté entonces si otros amigos en común se habrían enterado de que Fede había decidido dejarnos. Al otro día Vero me escribió "Andrés me llamó. Quiere que nos veamos". Andrés es uno de esos amigos por los que yo me preguntaba. Y supongo que ese mensaje de alguna forma confirma mis sospechas, mi teoría si se quiere. No soy tan romántica, melancólica, ni depresiva como a veces me imagino. Estoy convencida de que de alguna manera todos estamos un poco en el antes también. Cuando determinadas cosas se suceden, nos sentimos convocados a encontrarnos, a volver a pasar por ciertos lugares para saber si todo sigue ahí. No somos conscientes en el momento de todo lo que podemos estar siendo marcados, o marcando la vida de otro. No soy consciente hoy de todo lo que significará haber llorado a Fede dentro de diez años, y no era consciente hace diez años de lo importante que era ese momento. De que un día tal vez nos lloraríamos. De mi otro amigo no quiero hablar. No quiero crear un blog gris, no se trata de eso, es la vida misma y su trascendencia. Es mi intento de plasmar mi inventario de diez años atrás.  Y todo todo lo que vino después. Porque estuvimos ahí, y aunque nunca más vamos a volver, y aunque todo haya cambiado, tengo la sensación de que seguimos siendo los mismos. Algo de nosotros queda. No creo en entidades divinas ni fuerzas mágicas que controlen la voluntad de las cosas, no creo en nada sobrenatural, pero creo en la potencia de los encuentros. Después de todo soy más optimista que cualquiera que se siente horas a rezarle al aire, que se resigne a esperar soluciones y mensajes divinos, porque yo creo en algo material. Creo en las personas a pesar de todo y con mucho pesar a veces. Y creo en esos vasos de vino que nos tomamos escuchando poemas malos hace diez años atrás. Y brindo con ellos, aunque ya no existan más, porque de algún modo seguimos siendo los mismos.

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